lunes, 9 de enero de 2023

ACTO 32

(Muchos meses después, frente a su portátil, el Señor S., retomando la obra infinita, habría de recordar aquella mañana remota de junio en que vio por primera vez los refulgentes ojos verdes de la Señora C. asomando tímidamente por encima de una blanca mascarilla quirúrgica en la sala de audiovisuales de la biblioteca. La saludó, quizás, enarcando ligeramente las cejas. Aún no la conocía. En aquel entonces el mundo estaba sumido en el pánico pandémico y todo era extraño. No le dio dos besos, ni siquiera le habló. El Señor S. estaba ocupado, en aquel preciso momento, ayudando a algún usuario a realizar algún tedioso e intrincado trámite burocrático. La fugaz aparición de la Señora C. está teñida, retrospectivamente, de un halo de luz temblorosa y vibrante como una promesa. Fue un 21 de junio de 2021. La Señora C. estaba nerviosa porque era su primer día de trabajo en la biblioteca. El Señor S., una vez solucionado el asunto del tedioso trámite burocrático, bajó a buscar a la Señora C. para presentarse debidamente, ya que era su nueva compañera de trabajo)

SEÑORA C: Tú eres Sergio, ¿no? 

SEÑOR S: Sí, ¿cómo...?

SEÑORA C: Juan me ha hablado de ti

SEÑOR S: Ah, ¿conoces a Juan?

(Más o menos esa fue su primera conversación)

(El Señor S. enciende un cigarro. El frescor del invierano se cuela por la ventana abierta. Lee un poco El arco iris de gravedad. No suena música. El mundo está en calma. El silencio, pespunteado por el ruido de los coches, de los pájaros y de fragmentos aleatorios de conversaciones prácticamente inaudibles, no es absoluto. El silencio absoluto no existe. Un poco más tarde, el Señor S. irá a comprarse un camisa. ¡Debe estar guapo para celebrar su semiboda con la Señora C! ¡Tal vez se comprará una corbata!)

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