viernes, 27 de mayo de 2022

ACTO 23

SEÑOR S: Pensaba en el libro clásico de Calvino sobre los clásicos. No se leen por respeto o deber, dice, sino solo por amor. Claro que no siempre se obtiene un placer fácil ni inmediato de ciertos libros. Nadie que haya leído La broma infinita, por poner un ejemplo al azar, ha experimentado un goce continuo en todas y cada una de sus densas páginas, en sus morosas y ultradetalladas descripciones que se alargan más que una semana sin pan (cuando parece que ya ha agotado todo lo que puede decirse, el bueno de David Foster Wallace sigue y sigue, y el lector puede aceptar el desafío o no, decidir seguirle o abandonar el libro). Hay textos difíciles que exigen esfuerzo. Pero si ese esfuerzo no se ve recompensado de alguna forma, ¿por qué leerlo? El esfuerzo, a veces, no solo impide el placer de la lectura, sino que es la condición de posibilidad misma de ese tipo de placer. Quizá la palabra más adecuada no sea placer

(Pausa)

SEÑOR S: Desde luego, no digo que haya que leer un libro solo si nos da gustirrinín de buenas a primeras.

(Otra pausa)

SEÑOR S: En cualquier caso, no hay un solo motivo para leer. Pero no se le hace ningún favor a los clásicos situándolos en un pedestal y amedrentando a sus posibles lectores. A eso me refiero con que hay que perderles el respeto.

(Llega la Señora C.)

SEÑORA C: ¿Con que lo sacaste de Calvino? Ah pillín, copiando...

SEÑOR S: Yo no tengo ideas propias en la cabeza, solo citas.

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